Mi amigo Migue compró un saxo cuando éramos adolescentes. Otros se compran una guitarra, pero él se compró un saxo (se ve que le gustaban los retos...). Empezó a tocarlo pero, por una u otra cosa, al final lo dejó aparcado en un armario. Nunca se le había quitado de la cabeza la frustración que le producía no haber aprendido. Tenía esa espinita clavada y, de vez en cuando, se acordaba de que ese trasto andaba por allí. Hace un año y medio, lo sacó de su funda, le sacó brillo y se apuntó a clases. Hoy he pasado la tarde en su casa, durante su ensayo, oyéndolo tocar y charlando de todo un poco.
Su historia me trae a la cabeza la de tantas personas que me dicen a menudo que les encantaría dibujar, pero no lo hacen. Se olvidaron de que para dibujar sólo hay que ponerse a ello.
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